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El fracaso del mestizaje

Pobreza, apartheid y corrupción son características de la sociedad
estadounidense que el huracán Katrina ha puesto al descubierto, y Memphis, en la
esquina de Tennessee con Arkansas y Mississippi, es un buen lugar para
introducirnos en las tres.

Katrina llegó a Memphis convertido en una depresión tropical, una
tormenta más de las muchas que soporta la región en esta época del año. Los
grandes árboles, los ríos caudalosos y los pastos de hierba prieta se alimentan
de ellas. La ciudad está preparada y la lluvia no causó problemas. Las
infraestructuras resistieron, la crecida del Mississippi fue moderada y en Beale
Street, la cuna de la música norteamericana, las bandas no dejaron de tocar.

En un café restaurante de la calle Main, en pleno centro de la
ciudad, las noticias hablaban de Nueva Orleans y un parroquiano, negro como toda
la clientela, comentó en voz alta "lo mucho que han de sufrir los negros en este
país". El señor Hunt hablaba con el USA Today sobre la mesa. El caricaturista
del diario había colocado al Tío Sam al volante de un autobús que simbolizaba
Estados Unidos. La parte delantera iba ocupada por blancos y la trasera por
negros, como era habitual durante el apartheid hasta finales de los años 60. El
bus estaba medio hundido, con todos los negros bajo el agua y los blancos a
salvo.

El señor Hunt sorbió el café y alineó el sufrimiento causado por
Katrina en la población negra con la esclavitud, la quema de ciudades negras,
los apaleamientos y linchamientos, la segregación y la exclusión del sistema
democrático hasta hace menos de 50 años. Al señor Hunt no le falta de nada.
Lleva más de 30 años trabajando por su cuenta, construyendo viviendas,
especialmente en los barrios negros. Lucía un gran anillo de oro en el dedo
anular de la mano derecha y un reloj, también de oro, en la derecha. "Aunque nos
haya ido bien en la vida seguro que no hay ningún negro que alguna vez no se
haya sentido ninguneado, menospreciado por un blanco. Una experiencia común en
cualquier negro es sentir cómo le hacen saber que vale menos, es decir, que no
es un ser humano completo".

El centro de investigación Pew realizó un sondeo los pasados días 6
y 7 que confirmaba las ideas del señor Hunt. El 71% de los negros afirmaba que
el huracán ha demostrado que la desigualdad social sigue siendo un grave
problema en Estados Unidos. El 56% de los blancos creía que Katrina no había
demostrado nada. El 66% de los negros consideraba, asimismo, que la
Administración habría reaccionado mejor si las víctimas hubieran sido blancas.
El 77% de los blancos no estaba de acuerdo.

El juez D´Army Bailey, una de las figuras más destacadas de la
comunidad negra en Memphis, causó un revuelo a mediados de agosto cuando afirmó
en el Commercial Appeal, el diario más importante de la ciudad, que los negros
no tenían las mismas oportunidades que los blancos para prosperar, y los blancos
se llevaron las manos a la cabeza, sobre todo porque acaba de estallar uno de
los mayores escándalos de corrupción que ha habido en el estado y afecta, de
lleno, a la familia Ford, la hasta hace poco más influente de Tennessee, capaz
de hacer y deshacer elecciones y negocios. Al Gore, por ejemplo, ganó Memphis en
las presidenciales del 2000 gracias a su ayuda.

La dinastía política de los Ford se remonta a 1890. Surge de una
funeraria, que aún hoy funciona. Es la más importante de Memphis. Newton Ford,
que empezó en la calle Beale, fue un pilar en la lucha por los derechos civiles.
Sus coches siempre estaban a disposición de los manifestantes.

De todas las familias negras de la ciudad, los Ford fueron los que
mejor supieron aprovechar las oportunidades. Hicieron fortuna y, para ello,
tuvieron que actuar más de una vez al margen de la ley y parece que ha llegado
el momento de pagar por ello. El pasado 26 de mayo, John Ford, hijo de Newton,
senador en el Parlamento estatal y tío de Harold Ford, diputado en la Cámara de
Representantes de Washington, fue detenido junto a otras seis personas, acusado
de aceptar comisiones ilegales de una compañía fantasma utilizada por el FBI
como cebo para capturarle.

El escándalo radicalizó posturas en las dos comunidades. D´Army
Bailey jugó la baza del victimismo y la sección de cartas al director del
Comercial Appeal se llenó de opiniones criticando a los negros por seguir
vinculando sus males a la esclavitud.

Memphis es una ciudad dividida, como cualquier otra gran capital de
Estados Unidos, donde la pobreza marca una frontera y la raza otra. Los
estadounidenses han creado una moral del racismo que se llama segregación
voluntaria. Es la culminación del etnocentrismo, el fracaso del mestizaje, el
tormento continuo de aquel que sabe que su pasado siempre estará a la misma
distancia del esclavo que del esclavista.

La calle Main, por ejemplo, a pesar de los esfuerzos urbanísticos,
es un lugar sin dignidad. El esfuerzo de los tranvías de madera, pintados en
colores vivos, por levantar el ánimo de los transeúntes se estrella en los
bancos ocupados por vagabundos negros, la mayoría viejos, pero también
adolescentes sin nada que hacer.

El señor Hunt se acercó a uno de ellos. Se llamaba Jerome y no tenía
intención de estudiar más. Le faltaba un año para graduarse pero no le
interesaba. Creía que podría encontrar trabajo aunque no estudiara, tal vez en
Federal Express, que tiene su base de operaciones en la ciudad, y comentó que
sabía tocar la guitarra. Jerome estudia en una escuela pública donde apenas hay
blancos. La segregación en las escuelas públicas de las grandes ciudades
americanas es casi total debido a que los barrios están segregados. Los barrios
negros, al ser más pobres, tienen peores escuelas. En estos centros más de la
mitad de los alumnos no son capaces de acabar el instituto en los cuatro años
previstos. En los barrios donde la mayoría es blanca, más del 60% de los alumnos
de instituto se gradúa en cuatro años.

El centro de Memphis es pobre y negro. No hay ni una librería pero
sí una oficina dispuesta a adelantar dinero a quien no le llegue el sueldo hasta
la siguiente paga. La usura no podía dejar pasar un escenario social tan
beneficioso. A un par de manzanas de esta desolación, los patos del Peabody
Hotel, el más lujoso de la ciudad - 250 dólares la noche- desfilan puntualmente
a las once de la mañana. Hace 76 años que cada día bajan de la azotea, desfilan
por una alfombra roja y se meten en la fuente de mármol que ocupa el gran salón
de la planta baja. Los clientes, todos blancos, hacen fotos, sorben cócteles y
ríen las gracias de los ánades.

Visto desde allí, el asesinato de Martin Luther King el 4 de abril
de 1968 en el Motel Larraine, muy cerca del Peabody, parece otro sarcasmo de la
historia. El FBI demostró que James Earl Ray actuó solo, pero en el Museo
Nacional de los Derechos Civiles, levantado donde estaba el antiguo motel, las
pruebas exhibidas no dejan lugar a dudas de que el asesino contó con la ayuda de
la mafia de Nueva Orleans, de la policía de Memphis, de algún departamento de la
Administración -tal vez el propio FBI- y de más de un renegado del Movimiento
por los Derechos Civiles.

En este museo, que permite visitar la habitación 306 frente a la que
cayó King así como el cuarto, en el edificio al otro lado de la calle, desde
donde disparó Ray, está recogida la historia del racismo estadounidense, el
hecho vergonzoso que el historiador Arthur Schlesinger reconoce como una de las
mayores lacras de la república: "Debemos afrontar el hecho vergonzoso -escribe
en uno de sus ensayos sobre la unidad del país- de que, históricamente, América
ha sido una nación racista. La evolución del racismo ha sido el gran fracaso del
experimento americano, la contradicción flagrante de los ideales americanos y la
permanente minusvalía de la vida americana".

Después de ver fotos de linchamientos y vídeos de estudiantes negros
entrando en la Universidad escoltados por soldados, de habernos sentado junto a
Rosa Parks en el autobús de Montgomery donde no quiso ceder su asiento a un
hombre blanco porque estaba cansada, nos encontramos con una foto de la marcha
que los pobres negros, capitaneados por el reverendo Jesse Jackson, realizaron a
Washington DC en 1968. Decenas de miles de personas recorrieron 500 millas en
carros tirados por mulas.

Sobre la lona de uno de ellos vehículos modestos y entrañables, para
los estándares de la capital federal figuraba una pintada que con los años y a
la luz del Katrina mantiene toda su vigencia: "¿Qué es mejor, enviar al hombre a
la Luna o alimentarlo en la Tierra?".

LA VANGUARDIA DIGITAL
XAVIER MAS DE XAXÀS - 13/09/2005
Memphis (TENESSEE)

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