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Un barrio y dos comunidades

El asesinato de Driss, un marroquí que desde hace 10 años vivía en
el barrio Sant Jaume y que estaba a punto de abrir una pizzería, ha convertido
Perpiñán en un campo de batalla en el que se han enzarzado la comunidad magrebí
y la gitana. Cuando parecía que los responsables de ambas comunidades habían
controlado la situación -tras la primera muerte, producida el domingo día 22-,
este nuevo acto de violencia ha provocado el desconcierto de las autoridades
francesas, tanto municipales como policiales. "Parece una provocación y no hay
pruebas de que sea un crimen cometido por el colectivo gitano", señala la
versión oficial. Pero otras voces recuerdan que la acción, un disparo por la
espalda contra un comerciante sentado frente a la puerta de su casa, tiene todos
los ingredientes de una declaración de guerra.

"Estamos en una ciudad convivencial donde la gran mezquita en
discusión la va a construir un judío practicante, donde jóvenes de todos los
orígenes cantan y bailan rap y salsa juntos en la Casa Musical. Es cierto que
hay tensiones y miseria en el barrio de Sant Jaume, pero la gente coexiste desde
hace años sin mayores incidentes", clamaba ayer el alcalde, Jean-Paul Alduy.

En la misma línea se expresaba esta semana Jean-Claude Olive,
sociólogo de la Universidad de Perpiñán, quien precisaba que dentro de los 8.000
miembros del colectivo gitano hay diferencias sustanciales entre las familias
instaladas en la ciudad desde hace seis siglos, que hablan catalán y están muy
integradas, y los gitanos recién llegados del este europeo o los que aún
practican el nomadismo; y lo mismo puede decirse de los 12.000 miembros de la
comunidad magrebí. Por un lado, hay una mayoría argelina llegada de ese país en
los 60 y 70 -como el fallecido Mohamed, hijo de inmigrantes pero nacido en Prada
de Conflent- y, por otro, los marroquíes, algunos llegados hace poco, y aún
cabría distinguir entre árabes y bereberes.

Sin embargo, entre los educadores y la gente que trabajan desde hace
años en Sant Jaume se reconoce también que la recesión económica ha causado
estragos. En el barrio la tasa de paro supera el 25% y la crisis agrícola ha
reducido el trabajo temporal del que se beneficiaban ambos colectivos. En esas
circunstancias, los hijos de los inmigrantes y de los gitanos son los
principales damnificados. Y entre ellos también se reparten las culpas. Los
magrebíes consideran que los gitanos acaparan las ayudas sociales y éstos les
acusan de quedarse con el comercio y de haber introducido las drogas duras.
Corre desde hace años una leyenda, nunca demostrada, de que en Perpiñán el sida
y la droga han causado proporcionalmente más daño que en otras ciudades.

"No será fácil restablecer el orden y menos aún la confianza entre
ambas comunidades". Ésta era ayer una de las frases más repetidas en la capital
del Rosellón. Jovenes magrebíes -siempre chicos- se acercaban a cualquiera de
los múltiples periodistas desplazados a Perpiñán para acusar a los gitanos de
las dos muertes. Para ellos no hay duda. "Les llegan refuerzos en coches
cargados de armas y parientes que vienen de Figueres y de Barcelona ", aseguraba
ayer un joven argelino, en la calle Dugommier, junto a la silla donde murió
tiroteado Driss. Y para demostrar sus acusaciones, señalan las cámaras
instaladas por el Ayuntamiento para reforzar la seguridad. "Está todo grabado".

Mientras tanto, ayer era fácil ver a algunas familias gitanas
cargando a sus mujeres e hijos en los coches para trasladarlos a Figueres o a
Montpellier "por cuestiones de seguridad". El abrazo del pasado martes entre el
patriarca gitano Pitou Cargol y el representante de la comunidad magrebí
Abdelkader Beloukha, recogido por el diario L´Indépendent,parecía ayer de lo más
lejano. El mismo diario tituló los incidentes del lunes con un apocalíptico A
sangre y fuego.Ni los patriarcas ni los imanes son ya un referente para los
jóvenes gitanos y magrebíes. La justicia la quieren administrar ellos. Para unos
se trata de una venganza que viene de lejos. Para otros, es como si de pronto
las callejuelas del viejo Perpiñán se hubiese convertido en una nueva kasba.

Entre excitado y abatido, el alcalde, Jean-Paul Alduy, respondía
también a las críticas de la comunidad magrebí sobre supuestos favoritismos
municipales hacia los gitanos: "Alguien como el Frente Nacional alimenta ese
debate sobre el clientelismo político y se inventa historias sobre regalos de
scooters y lavadoras a los gitanos a cambio de sus votos, pero yo he combatido
el clientelismo tanto como el racismo", precisa. "Soy partidario de respetar las
identidades. Y en el caso de los gitanos, la dispersión significaría la ruptura
de su cultura, su desestructuración cultural, ellos forman parte del patrimonio
de Perpiñán, como los magrebíes, y a ellos también debemos respetarles su
religión, y lo digo yo, que soy agnóstico".

LA VANGUARDIA DIGITAL
JOSEP PLAYÀ MASET - 31/05/2005
PERPIÑÁN

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