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Dos inmigrantes nos hablan de su experiencia de estar sin papeles

«Los papeles son como un trofeo»
Butach dejó la Universidad de Tetuán hace tres años para trabajar de camarero en Barcelona.

Los últimos tres años han sido para Ismail Butach como una carrera de fondo. Se lo
jugó al todo o nada. Abandonó sus estudios de Historia en la Universidad de Tetuán por un precario empleo de camarero en Barcelona.
Después de tres años de obstáculos, le comunicaron hace unos días que su expediente
había sido aceptado. «Los papeles son como un trofeo a mi lucha. Es lo más grande que me ha pasado en la vida», afirmó emocionado el miércoles Butach, de 24 años recién cumplidos. El marroquí no es el típico inmigrante que atraviesa el Estrecho en una patera. Proviene de una familia bien aposentada de Larache. Su padre es profesor de Historia en la Universidad de Fez y su familia vive en una vistosa
casa de dos plantas, sin estrecheces económicas. Él llegó en avión para aprender
español en la Universitat de Barcelona. Butach desveló que vino a Europa «en
busca de experiencias nuevas». Escogió Barcelona, porque es muy parecida a Tánger,
ciudad que le encanta. «Las dos son mediterráneas. No hay tanta diferencia entre
ellas como la gente cree. El problema es que muchos hablan sin conocer Marruecos», sostuvo.

Salir de la clandestinidad

Ahora ya está en un país del Tratado de Schengen y eso le permitirá poder visitar a
sus familiares en Londres o Dakar, o regresar a Marruecos de vacaciones. «Me comunicaba con ellos por internet –lamentó–, porque era un sin papeles»
En Barcelona, vive con su hermano, que trabaja en la fundación árabe Alqantara, y
la esposa de éste, en una bonita casa de Sant Joan Despí. A Butach le gusta la ropa cara, pero en España opta por ir discreto. «Si la gente ve que vistes como un pijo, se pregunta de dónde sacas el dinero y si te ven como un pordiosero, te llaman moro de mierda», criticó. Pese a ello, el joven marroquí dijo comprender algunas reacciones, que atribuyó a la falta de cultura. «Hay personas que hablan sin conocer a los árabes ni el islam», explicó.
Butach reza a Alá cinco veces todos los días como buen musulmán que es y dice
sentir pena por muchos de sus amigos españoles, por «descreídos y amorales». Y
cuando trabaja junta todas las oraciones en una larga, por la noche.

JORDI CORACHÁN
BARCELONA

«Me tiré dos años sin salir de casa»
La boliviana Teresa Feliciano dice que quiere tener su primer bebé y poder comprarse un piso.

La boliviana Teresa Feliciano tiene 31 años y unos ojos grandes y rasgados que llaman la atención. Proviene de la pequeña ciudad de Oruco, donde nació en el seno de una familia muy humilde, según su propio relato. «Trabajaba sin papeles y me tiré dos años sin salir de casa». ¿Sin salir a la calle? «Mi esposo –Alfredo Blanco, que trabaja de albañil– y yo salíamos de madrugada a trabajar y cuando regresábamos nos encerrábamos en la casa. Me acostumbre a esconderme, a vivir sin papeles. Cada vez
que veía a un policía temía por Alfredo, porque con las mujeres no suelen meterse
mucho».
Las únicas salidas furtivas eran al cine matinal o a la playa. «Salíamos a las ocho
de la mañana y regresábamos a casa antes del mediodía. Y de noche, nada. No
íbamos a bailar, que nos gusta mucho, por miedo a una bronca o a algún control. De
noche no salíamos ni al portal, porque este barrio es un poco malo».
La vivienda a la que se refiere está en una cuarta planta de un desconchado edificio
del barrio de Sant Roc de Badalona. La casera es una india, que no habla una palabra
de español, y que ha alquilado una habitación al matrimonio boliviano. Una decena
de personas, incluidos tres niños, comparten el pisito, de apenas 50 metros cuadrados.
El hueco de la escalera sirve para tender la ropa ante la falta de espacio.
A partir de ahora, con los papeles en la mano, Teresa Feliciano confía en que las cosas transcurran de otra manera. «Desde que nos dijeron que el expediente estaba
aprobado –desveló–, Alfredo y yo nos hemos puesto manos a la obra para tener
nuestro primer bebé, ahora que se dan las condiciones para que venga al mundo».

El explotador y el salvador

El marido también ha conseguido los papeles y hoy trabaja en la rehabilitación de un
hotel. Ella, hasta ahora, trabajaba en un restaurante- masía de Teià (Maresme), cuyo
dueño se negó a sacarla de la clandestinidad. En cambio, el propietario de una casa
de comidas del Arc del Triomf de Barcelona le ha firmado los documentos sin conocerla apenas. Hoy trabaja de lavaplatos. «Gracias a este señor podré pedir una hipoteca para comprar un piso y tener un bebé», sentenció Teresa.

J. C.
BARCELONA

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