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Los vietnamitas son los olvidados de Biloxi

"Casi nadie se fue. Igual que los negros, en este sitio nadie tiene
recursos""Nadie les dice en su lengua cómo conseguir comida o evitar las
enfermedades"Ante la llegada del huracán Katrina, la barrera del idioma ha sido
la puerta entre la vida y la muerte para la comunidad vietnamita de Biloxi (5%
de los 50.000 habitantes de la ciudad). Algunos llevan casi 30 años viviendo en
la ciudad, pero apenas balbucean unas pocas palabras de inglés. Éste fue el
primer puerto de arribo para los refugiados que entraron en EE UU tras la guerra
de Vietnam y las similitudes entre esta costa y la suya lo convirtieron en uno
de los puntos predilectos para establecerse.

Hacerse con un bote para pescar o encontrar trabajo como mano de obra
barata en la industria pesquera, que genera el 25% de los ingresos de la ciudad,
era fácil puesto que el inglés no era una herramienta imprescindible. "El
problema es que al no hablar el idioma muchas familias ni siquiera se enteraron
de lo grave que podría ser este huracán, así que no se prepararon. Nadie les
dijo en su propia lengua lo que podría pasar y ahora nadie les está diciendo lo
que tienen que hacer para evitar enfermedades o conseguir comida. Muchos de
nuestros vecinos están aislados, aunque nosotras intentamos transmitirles todo
lo que ocurre". Lo explican las hermanas Lee, un apellido que se inventan para
la prensa porque se niegan a dar el suyo propio. "Por si acaso", dicen con temor
de origen indefinido.

Ellas nacieron y crecieron en Biloxi hace 19 y 23 años y hablan un inglés
perfecto, pero sus padres, un pescador y una mujer que trabajaba sacando perlas
de las ostras en Vietnam, sólo hablan vietnamita. Según ellas, muchos de sus
compatriotas han muerto, los que vivían en la Bahía nordeste y los de la pequeña
Chinatown que rodea al desaparecido supermercado Hong Kong, en la zona central,
donde los pocos que aún vagan por allí o no hablan inglés o se niegan a hablar
con la prensa. Algunos se mueven en bicicletas oxidadas que han encontrado entre
las ruinas del huracán, como mister Linb, que se limita a preguntar: "¿Me pueden
sacar de aquí y llevarme hasta Mobile [Alabama]?". Otros, los más ancianos, se
esconden bajo sus gorros de paja y se asustan si alguien se les acerca.

"Aún no tenemos datos oficiales respecto a las víctimas en esta zona, pero
sabemos que habrá cientos de fallecidos. ¿Cuántos podrían ser vietnamitas? No lo
sé. Oficialmente, su comunidad constituye el 3,4% de la población, aunque
calculamos que son muchos más pero nunca quieren participar en el censo. Tienen
terror a las autoridades públicas", aseguraba ayer a este diario el portavoz del
alcalde, Vincent Creele.

Reflejando en su rostro el agotamiento de la semana más dura de su vida,
también reconocía que el ayuntamiento no hizo advertencias con vistas al huracán
ni en vietnamita ni en español (la comunidad hispana constituye el 3,3% de la
población, aunque entre los hispanos el nivel de inglés es mucho más alto) y
tampoco las está haciendo ahora, aunque promete enmendarse. "Me lo están
preguntando muchos periodistas, creo que a partir de mañana pondré en marcha un
plan de advertencias en otros idiomas, aunque también la prensa debería hacer lo
mismo...", comentaba tratando de sacudirse parte de la responsabilidad.

Las hermanas Lee viven en Oakwood Village, una urbanización en el West End
de Biloxi, de unas 50 casas de ladrillo de protección oficial donde residen
otras 10 familias de su país mezcladas con familias de raza negra de ingresos
paupérrimos. "Casi nadie se fue. Igual que los negros, con inglés o sin inglés
en este sitio nadie tiene recursos", dicen. Katrina ha respetado las estructuras
de las casas, pero el agua no. "La ola llegó hasta el escalón número 13, casi el
segundo piso. Entró por la izquierda y la derecha, creíamos que moriríamos
ahogados. Fue la hora más larga de nuestra vida", recuerdan a coro estas dos
hermanas gorditas, menudas y mal vestidas. Su casa apesta a orines y humedad, y
dentro apenas quedan muebles. Ahora sus sillones son sólo basura apilada frente
a la puerta. Una de ellas tiene un eczema gigante que recorre sus dos brazos.
"Me salió tras limpiar el agua de la casa", dice. Nadie le ha dado atención
médica y tampoco sabe cómo conseguirla. "No sé adónde ir, ni cómo. Nuestro coche
ya no funciona y el de nuestros vecinos tampoco. Nadie quiere llevarme a ningún
sitio, porque apenas hay gasolina y nadie la quiere gastar. Estamos atrapados
aquí dentro, no tenemos forma de salir de Biloxi o de movernos por la ciudad.
Sólo podemos hacerlo a pie. Pero hace tanto calor...", suspira.

Su padre ha perdido sus ingresos porque su bote ha desaparecido y su madre
tiene ataques de ansiedad desde la noche del huracán.

ELPAIS.es
BARBARA CELIS - Biloxi

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