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Mazarrón en Murcia , 75 naciones que conviven entre invernaderos y urbanizaciones

Observar los alrededores de Mazarrón es como contemplar una
competición en la que un mar de invernaderos y una profusión de urbanizaciones
pugnan por hacerse con el terreno. A un lado, Mohamed trabaja cubierto por los
plásticos a una temperatura propia del infierno, mientras su compatriota Ahmed
trata de salir a flote en su pequeña carnicería árabe de la calle Cartagena, y
las hermanas Chango intentan hacer lo mismo en su bazar ecuatoriano. Al otro
lado, Derek Smith y su mujer juegan al golf y saborean el sol en su chalet de
Camposol, lejos de la nublada campiña inglesa. Son dos caras de distinta moneda,
que sólo se juntan en las estadísticas oficiales. Esas que dicen que cuatro de
cada diez mazarroneros son extranjeros.

Hasta 75 nacionalidades conviven en esta ciudad que ha crecido como
la espuma. En el año 2000, Mazarrón tenía 18.847 habitantes y sólo 2.211
extranjeros, el 11,7% del total. Ahora, los mazarrroneros son ya 32.045, y de
ellos, 13.045 han venido de otros países (el 42,4%). El fenómeno va al alza cada
año. En 2004, los foráneos eran todavía el 31%, con lo que en doce meses el
crecimiento ha sido de más de diez puntos.

Las cifras, siempre frías, se palpan en las calles. Sobre todo en
las de urbanizaciones como Camposol, convertidas en una pequeña Unión Europea
bañada por el sol mediterráneo. «Ingleses, franceses, belgas, holandeses,
finlandeses, alemanes, escandinavos...

Aquí hay de todo», cuenta Olivier, un francés de padre murciano que
dirige la oficina de la CAM en la urbanización. «Cada vez viene más gente,
porque la situación económica es buena. Esto va para arriba, y en mi país las
cosas van mal», explica.

Lugar de jubilación

Mazarrón, como el resto de la costa murciana, es refugio para
pensionistas europeos dispuestos a disfrutar de lo ganado a lo largo de su vida.
Por eso, oficinas bancarias como la que dirige Olivier no faltan en Camposol.

En los invernaderos, y en zonas del Puerto de Mazarrón como la calle
Cartagena, la imagen es distinta. Ayat Ahmed lleva un par de años despachando a
los clientes de la carnicería de su familia. «Nos compran marroquíes, pero
también ecuatorianos, españoles y de todas partes», cuenta mientras sirve el
pedido a Mohamed, un trabajador de los invernaderos que lleva once años en
Mazarrón. «La situación es difícil; yo ahora vivo con mi familia en un piso,
pero durante mucho tiempo lo he pasado mal. Vine solo y desde entonces trabajo
en el campo. Todavía tengo que seguir luchando por un trabajo digno», dice con
un español casi perfecto.

«La integración en Mazarrón es complicada. Hay gente que se abre y
aprende el idioma, pero muchos se encierran en sí mismos. Además, ahora es más
difícil que antes; muchos marroquíes sólo trabajan y viven con compatriotas. No
entran en contacto con los españoles», dice.

Las hermanas ecuatorianas Sandra y Gabriela Chango tienen una visión
más optimista, y representan a la inmigración más integrada. Andan ocupadas en
el bazar que su familia tiene en la calle Cartagena. «Nos sentimos muy bien
aquí; no se nos pasa por la cabeza volver a Ecuador», dicen. Gabriela es la
hermana menor. Tiene 17 años y estudia Bachillerato. «Cuando vine a España entré
en Segundo de la ESO. Fue algo complicado, pero terminé integrándome. Ahora
estoy encantada», cuenta. «Soy mazarronera», sentencia.

La Verdad Digital
J. P. P./MAZARRÓN

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