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Un negro catalán en las garras de los nazis

Entre el color terroso de la multitud destacaba un punto negro". Desnudos y apiñados en el Patio de los Garajes de Mauthausen, mucho más pequeño que la Appellplatz del campo, 5.000 presos aguardan penosamente, el 21 de junio de 1941, a que los SS procedan a una desinfección general. La piel oscura de un hombre le hace particularmente visible, algo poco recomendable en un lugar, Mauthausen, en el que es mejor pasar inadvertido. Es un negro. "Se trataba de un muchacho de Barcelona nacido en el África española".

La escena la relata el deportado Joaquim Amat-Piniella en su
célebre libro K. L. Reich (El Aleph). Ese joven negro catalán, bien plantado y
culto, tenía nombre y apellido, Carles Greykey. Vástago de una familia de
Fernando Poo, no había nacido en realidad en la colonia guineana, sino en la
misma Barcelona, el 4 de julio de 1913, y su número de deportado en Mauthausen,
como "español rojo", era el 5124. Los SS lo enfundaron en un uniforme de opereta
y lo obligaron a servirles como un pintoresco camarero. El temible comandante
Franz Ziereis le hacía recoger los abrigos de sus invitados.

"Hablé con él en el campo, su madre fregaba en Barcelona en
casas del paseo de Gràcia", recuerda el antiguo deportado y recién elegido
presidente de la Amical de Mauthausen, Jaume Álvarez. Greykey "tenía mucho miedo
de que lo mataran".

"Buen compañero"
Otro deportado superviviente, Mariano Constante, uno de los
jefes de la organización comunista clandestina en Mauthausen y en la actualidad
uno de los responsables de la Amicale de Francia, también recuerda al negro
catalán: "Lo habían colocado para servir a la oficialidad y los SS del campo lo
lucían especialmente cuando venían mandos de Berlín. Era un hombre muy
agradable, un buen compañero. Le hacían vestir un uniforme como de botones de
gran hotel, para darse postín los SS. Le humillaban, pero eso le salvó; en la
cantera no hubiera aguantado mucho".

La historia de Greykey, de la que desgraciadamente sólo
conocemos retazos, parte de ellos recogidos en el imprescindible clásico de
Montserrat Roig Els catalans als camps nazis (Ed. 62, traducción castellana en
Península), es en buena parte semejante a la de muchos otros deportados
españoles, pero está teñida -si se permite la palabra- por un dramatismo incluso
mayor a causa del color de su piel y las vejaciones que éste le granjeó por
parte de los nazis.

Y es que los negros sufrieron particularmente el racismo
nacionalsocialista y fueron objeto de una feroz persecución en el III Reich,
mucho menos conocida y documentada que las de otros colectivos, como los judíos,
los gitanos o los homosexuales. Hitler odiaba con especial saña a los negros, a
los que consideraba intrínsecamente lascivos y peligrosos corruptores de la
sangre aria, y contra los que carga explícitamente en su Mein Kampf. Aunque a
menudo se olvide, las Leyes de Núremberg, el pilar legal del racismo nazi,
concernían no sólo a los judíos, sino también a los negros. Por ellas, todos los
negros y negras fueron privados de la ciudadanía, se les prohibió casarse con
blancos y sus niños fueron excluidos de las escuelas. El jazz, tenido por una
música negra, formó parte del "arte degenerado". Los prisioneros de guerra
negros fueron a menudo tratados brutalmente por los alemanes en la II Guerra
Mundial e incluso masacrados.

Un episodio tan espantoso como poco conocido es el de la
esterilización por los nazis de medio millar de niños negros, hijos de
matrimonios mixtos o de relaciones entre alemanas y miembros coloniales de las
tropas de ocupación francesas en Renania tras la I Guerra Mundial. Schwarze
schmach, "vergüenza negra", y rheinlandbastarde, "bastardos renanos", son dos de
los epítetos que los nazis dieron a esos incómodos -para el régimen- alemanes
negros o afroalemanes, fruto, en la mentalidad de Hitler, de una conspiración
entre negros y judíos para infectar la raza aria. Para los nazis fue
desesperante que el atleta negro de EE UU Jesse Owens, un inferior, triunfara en
los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936.

El caso de Carles Greykey, cuyo nombre algunos como el
historiador británico David Wingate Pike, autor de Españoles en el Holocausto
(Mondadori, 2003) escriben Grey Key, sirve para rememorar todo eso. Él es
precisamente uno de los personajes cuyas biografías se esbozan en un libro de
reciente aparición que reivindica la memoria de la persecución contra los
negros, Noirs dans les camps nazis (Éditions du Rocher. Le Serpent à Plumes.
2005), del periodista y documentalista de Costa de Marfil Serge Bilé. Greykey,
según los datos de Bilé -que entrevistó al respecto al antiguo deportado
español, ya fallecido, Juan de Diego-, nació y creció en Barcelona, donde se
habían instalado sus padres procedentes de Fernando Poo. Fue uno de los pocos
negros que combatieron en las filas de los republicanos durante la Guerra Civil.
Tras la derrota, pasó a Francia con los restos del ejército y volvió a combatir
al fascismo al inicio de la II Guerra Mundial. Hecho prisionero en el frente, lo
deportaron a Mauthausen. Allí, los alemanes, que no estaban acostumbrados a ver
negros, según el testimonio de De Diego -ellos, los propios españoles, tampoco
lo estaban, y menos a negros que hablaran perfectamente el catalán-, decidieron
exhibirlo como una rareza y, ataviado con un viejo uniforme de la guardia real
yugoslava, lo emplearon como sirviente y camarero.

Esos viejos uniformes extravagantes los utilizaron en su día
los SS, según escribió Joaquin Amat-Piniella, para vestir a una guardia de
patibularios a fin de gastar una demencial broma a un grupo de prisioneros
rusos.

Constante explicó a este diario el episodio que puso fin
definitivamente a la hasta cierto punto privilegiada existencia de Greykey en el
campo. "En una visita de mandos, un oficial borracho le pasó la mano por la cara
a ver si manchaba, porque los nazis, sabe, no eran muy inteligentes. '¿Cómo es
que eres negro?', le espetó entonces a Greykey. Y éste, que hablaba alemán, le
contestó con sorna: 'Es que mi madre olvidó lavarme'. Todos rieron la
ocurrencia, pero luego se le castigó por la insolencia. Tenía coraje el tipo.
Era un buen antifascista".

Neus Català, antigua presa en Ravensbrück y que conoció a
Greykey en un encuentro de ex deportados en Francia a finales de los años
sesenta, brindó a este diario una versión más dramática de la caída del negro de
Mauthausen. "Él mismo me explicó que lanzó una copa de champaña en la cara a un
oficial alemán, y que se salvó sólo porque los compatriotas españoles lo
escondieron y le maquillaron la cara con polvo".

En los lavabos de las SS
En su libro, Montserrat Roig dice que Ziereis, el comandante,
castigó a Greykey poniéndolo a fregar los lavabos de los SS. Escribe Roig que
"el negro Carles" fue el único republicano español que estuvo cerca de Himmler
el día en que éste visitó Mauthausen en 1941 y que Ziereis se lo presentó al
reichführer diciendo: "Mire, esto es un negro español, pero su padre era caníbal
y comía carne humana". Se ve que Greykey tuvo ese día el dudoso privilegio de
que lo pellizcara Kaltenbrunner.

Roig no llegó a conocer personalmente a Greykey. En su libro,
publicado en 1977, dice que el deportado vivía en Francia tras su liberación,
pero que en la dirección que le habían dado no lo encontró. El negro catalán fue
uno de los afortunados supervivientes de Mauthausen.. Mariano Constante explica
que lo vio en París al acabar la guerra y que frecuentaban los mismos sitios,
como tantos otros republicanos españoles. "Años después supe que había muerto".
Neus Català cree que vivía cerca de la capital, en el departamento de
Seine-Saint Denis, quizá en La Courneuve. "Nos vimos varias veces. Estaba
casado, me habló de su mujer; pero yo, claro, no le pregunté si también ella era
negra. Me dijo que tenía muchos hijos. Era muy buena gente, muy alegre". El
historiador Benito Bermejo -autor del libro Francisco Boix, el fotógrafo de
Mauthausen (RBA), en el que aparece una de las dos fotos que se conocen de
Greykey en el campo- explica que el ex preso Ramon Bargueño le dijo que había
conocido a dos hijos de Greykey, mulatos, en una reunión, y que el negro catalán
tenía unas hermanas en Barcelona.

Un congoleño en Dachau y un antillano en Buchenwald


EN Noirs dans les camps nazis, que se abre con el
recuerdo del genocidio avant-la-lettre que cometieron los alemanes en su colonia
de la actual Namibia contra el pueblo herero -episodio en el que tuvo un papel
relevante el gobernador Heinrich Goering, padre de Hermann Goering: ¡vaya
familia!-, aparecen otros personajes negros con historias similares a la de Greykey.

El senegalés Dominique Mendy, que vivía en
Francia, se enroló en la Resistencia y fue detenido por la Gestapo, que le
rompió las piernas. Deportado a Neuengamme, los SS del campo lo convirtieron en
una especie de ordenanza. Mendy se hizo pasar por idiota y sobrevivió. También
se salvó de otro campo, el de Dachau, nada menos, el congoleño John Vosté,
miembro de la resistencia belga. Un caso muy triste es el de una mujer negra
apodada Blanchette -su nombre se desconoce- que desapareció en Ravensbrück y de
la que sus compañeras sólo consiguieron descifrar estas palabras: "Tengo frío,
tengo frío".

Mohamed Bayume Husen, nacido en Dar es Salam, en
la actual Tanzania, se enroló en el ejército colonial alemán en la I Guerra
Mundial y luchó en la batalla de Mahiva. Condecorado por su valor, emigró en
1929 a Alemania, donde enseñaba suajili. Tras la promulgación de las leyes de
Núremberg logró trabajo provisional -como otros afroalemanes- en algunos filmes
de aventuras coloniales. En 1941 fue detenido al tratar de reconocer
ingenuamente (con lo que estaba cayendo) la paternidad del hijo tenido con su
amante blanca. Condenado por "atentado a la raza alemana", lo enviaron a
Sachsenhausen, donde murió en 1944. A Buchenwald fue a parar el antillano
Raphaël Élize, natural de Saint-Pierre, al pie del monte Pelée. La familia
escapó de la gran erupción volcánica a Francia, pero sólo, paradójicamente, para
que su hijo se enfrentara a otros fuegos más siniestros.

ELPAIS.es

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