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"Yo sólo soy un negro: una mercancía"

"Los inmigrantes somos una mercancía para Marruecos y para Europa y los muertos ahora son la mercancía de los periodistas y de las ONG para ganar dinero. Ahora todo el mundo se está preguntando qué pasa con estos pobres negros, cuando jamás hemos recibido ayuda aquí de una organización, jamás. Así que rogamos a estos mercaderes de la muerte, a estas ONG de despacho, que guarden silencio por respeto a nuestros hermanos muertos y nos dejen tranquilos".
Quien así habla, con tanta rabia, es uno de tantos
emigrantes negros de los que subsisten escondidos en los bosques que rodean
Tánger y Ceuta a la espera de poder pasar a España. De él sabemos muy poco, tan
sólo que hace tres años que emprendió el camino hacia un sueño aún irrealizado:
tener una vida digna en Europa. No conocemos su nombre ni su nacionalidad, que
no quiere dar. No le falta razón, este hombre es un proscrito, como lo eran las
seis mujeres y seis niños, todos menores de dos años y medio, que el lunes
perecieron a pocos metros de una playa de Tánger y por cuya injusta muerte este
inmigrante habla lleno de dolor. Por sus muertes y por las vidas que llevaron
antes de subir en la siniestra patera.

Tal y como narran los dos inmigrantes que aparecen
en esta información, cuyos testimonios han sido recogidos por el Colectivo
Frontera Sur, la aventura de un subsahariano desde que sale de su país hasta que
consigue llegar a Marruecos no es un camino de rosas. En Marruecos, los
emigrantes se enfrentan a la exclusión, las batidas de la policía y del
ejército, que según han denunciado varias ONG saquean sus campamentos y les
roban, y, en muchas ocasiones, a una expulsión por la frontera de Argelia, que
para muchos representa la muerte. La razón es que como Argelia no acepta en su
territorio a la mayoría de estos emigrantes, se ven obligados a intentar volver
a Marruecos; si no lo logran, deberán quedarse en lo que llaman tierra de nadie:
terreno yermo sin agua ni comida.

L., inicial del nombre de pila de este
subsahariano, dice que desde que salió de su país "nunca" le han considerado una
persona, que él "sólo es un negro, un moreno joputa como me decía la Guardia
Civil una vez que me deportó, una mercancía con la que todos ganan dinero". Este
hombre, que todavía no está seguro de no haber perdido a uno de sus familiares
en el naufragio, rompe a llorar y se pregunta qué va a ser ahora de los
cadáveres. Porque los subsaharianos que mueren en el Estrecho reciben sepultura
la mayor parte de las veces gracias a la caridad de la Iglesia Católica de
Tánger.

D. es otro joven subsahariano, todavía está
impresionado por lo que pasó el lunes, porque él estuvo a punto de ir en la
patera que se hundió. Si no lo hizo fue porque su familia no pudo reunir el
dinero que costaba el viaje.

El joven está desesperado. Lleva más de dos años y
medio en Marruecos y es fácil verle mendigando por las calles de Tánger. Este
chico dice que "jamás podrá volver". Sabe que "seguir adelante" e intentar la
travesía en patera es un "suicidio", pero lo prefiere a la "muerte lenta que es
Marruecos". Este subsahariano tiene un recuerdo especial para sus compañeras
muertas y sus bebés y se lamenta de que las mujeres sufran "mucho más, son las
más débiles y no tienen opción". El joven dice que "se le abren las carnes"
cuando oye que las subsaharianas se quedan embarazadas a propósito, y se
pregunta cómo pueden tener acceso a anticonceptivos si "ni siquiera tienen
comida".

"Para las mujeres su cuerpo es su único medio para
poder cruzar". A ello hay que añadir violaciones y abusos. D. recalca que
"cruzar con un bebé es mucho más difícil: muchas mujeres intentan abortar y
mueren" por el camino, relata el joven. Para las que tienen un bebé en Marruecos
es también "la muerte", porque "aquí estos niños no existen. Algunos tienen ya
seis o siete años, pero sus madres nunca podrán volver a sus países; ellos han
nacido en el camino y no existen para ningún país".

Europa Sur
Rabat.

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