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Náufragos en un mar de alambradas

Han naufragado en un mar de alambradas y nadie quiere ir a
rescatarles. Las decenas de subsaharianos que esperan para saltar la frontera de
Melilla son náufragos en un océano hostil, sin ninguna mano amiga a la vista:
España no les deja entrar y sube la altura de la valla, mientras que Marruecos
no les quiere en su territorio y ha arrasado su campamento, obligándoles a vivir
como fugitivos. Además, en 20 días, cuatro inmigrantes han muerto en extrañas
circunstancias, dos de ellos a causa de la actuación policial, según varias ONG.

Su situación es peor que nunca. Les hostigan a ambos lados de
la frontera. En la parte española, constatan como la Guardia Civil es cada vez
más brutal. "Te golpean con bastones enormes, aunque lo peor son sus balas de
goma", relata Omar, un joven maliense que, junto a dos compañeros, Brahim y
Samburu, pasa la noche en torno a una fogata en un bosque cercano a la frontera,
esperando su oportunidad. "Antes --dice-- los policías disparaban con balas de
goma para dispersar. Ahora, apuntan a la cabeza y al abdomen. Si los agentes te
tiran a bocajarro, te matan".

Varias ONG han denunciado que los pelotazos a bocajarro
causaron la muerte el 29 de agosto del camerunés Ypo Joe, con el hígado roto, y
el pasado jueves la de un maliense, con la tráquea desviada. Además, la
Gendarmería marroquí confirmó ayer la muerte de un cuarto inmigrante, cuyo
cuerpo está en Nador.

Orinar sangre

Omar asegura que ha sufrido en su carne la contundencia de los
agentes españoles. La última vez que intentó saltar, recibió varios golpes en
los testículos. "Desde entonces orino sangre", dice. "Tienen derecho a
detenernos y a impedir que pasemos, pero no tienen por qué golpearnos ni
matarnos", clama excitado. En su opinión, esta violencia quiere lanzarles un
mensaje. "Se debe --dice-- a los intentos masivos. Es un modo de decirnos que en
pequeños grupos sí, pero que a cientos, no".

Según José Palazón, el presidente de Proderechos de la
Infancia (Prodein), la ONG melillense más activa en la defensa de los
inmigrantes, esas muertes son el resultado de la estrategia hispano-marroquí.
"España y Marruecos quieren acabar como sea con este fenómeno y actúan de forma
más contundente que nunca. Y esa contundencia se les está yendo de las manos",
dice.

El comandante de la Guardia Civil en Melilla niega en bloque
las acusaciones de brutalidad de sus agentes. "Confío en mis hombres y sé que
respetan los derechos humanos", afirma. Asegura que "custodiar esa valla es muy
duro".

Para los inmigrantes, las avalanchas masivas son ya su última
posibilidad para llegar a España. "Es la única manera que tenemos de pasar",
dice Brahim, antes de sentenciar: "La unión hace la fuerza". Si van solos o en
pequeños grupos, están a merced de los agentes de las fuerzas auxiliares
marroquís. "Pero cuando ven que somos 100 o 200 no se atreven a decirnos nada",
explica. Así precisa la filosofía de esos intentos: "Vamos en grupo, saltamos a
la vez y no vale pararse. Sabemos que algunos pasarán, que los métodos para salvar la alambrada han cambiado con el tiempo. Los inmigrantes antes la cruzaban haciendo agujeros con cizallas. Cuando colocaron los sensores de movimiento, pasaron a usar escaleras fabricadas manualmente con troncos atados a partir de trozos de tela. Los africanos van a la alambrada vestidos con abundante ropa y guantes para evitar pincharse con los alambres de espino.

Se acercan de noche a la alambrada, escondiéndose.
"Observamos, vemos si hay muchos guardias, si hay muchos alís --como ellos
llaman a los guardas marroquís-- y si vemos que hay una posibilidad, entonces
saltamos", explica Brahim.

Con los intentos, acaban siendo especialistas en la materia.
Los guardias civiles saben que un inmigrante en forma no tarda nisiquiera 30
segundos en saltar la doble valla. "He visto gente que ha saltado la doble
alambrada de tres metros en 18 segundos", asegura un agente. "Una vez vi a un
chaval saltar la alambrada sin tocar la corona de espino de arriba. A aquel tío
habría que llevarlo a unos Juegos Olímpicos", recuerda.

El Periódico de Aragón
ANTONIO BAQUERO

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