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Melilla, una ciudad entre rejas frontera del paraíso

LO último de lo que un europeo desearía desprenderse al entrar en un
país africano sería de su pasaporte. A la inversa, la cosa cambia. En los
alrededores de la frontera melillense-marroquí, el primer mandamiento para un
subsahariano que aspira a cruzar la verja (con riesgo de la propia vida si es
preciso) le exige deshacerse de toda documentación que permita acreditar su
procedencia.

Paradójicamente, la ausencia de papeles es el salvoconducto
inmediato y más seguro para garantizarse la no expulsión, si bien, antes es
preciso lograr otro objetivo bastante más difícil que quemar un pasaporte, como
es poner los pies de este lado de la verja para luego dejarse atrapar.

Parece un sinsentido: primero se esconden para no ser vistos, luego
saltan la verja despavoridos y tratan de evitar la captura y, acto seguido, una
vez alcanzado suelo español, se dejan coger dócilmente por la Guardia Civil para
ser trasladados con comodidad en un vehículo hasta la comisaría de policía, en
el centro de la ciudad, donde los guardias civiles les ayudarán a rellenar un
expediente de expulsión ininteligible para los detenidos pero que no podrá
demostrar su nacionalidad, lo que les impedirá ser repatriados. Esa es la ley. Y
los subsaharianos se la saben de memoria.

Ouma, un bambara de la región de Mopti (Mali), lo consiguió la noche
del domingo pasado, el 28 de agosto. Era su sexta tentativa de asalto en el
último mes. Tuvo suerte, pues sólo llevaba mes y medio -algunos llevan años y
aún no lo han logrado- deambulando por los alrededores del monte Gurugú y por
los pinares de Farhana y Marihouari, colindantes con la verja de Melilla. Ouma
atravesó el desierto maliano y argelino en coche. El resto del viaje, a través
de Marruecos, lo hizo a pie. Durante el mes largo que pasó en Marruecos vivió de
la caridad, narra. Cuando le pregunto si es musulmán, responde sonriente y lleno
de ironía: «Quand même!», algo así como «¿Por supuesto!», o «¿Faltaría más!»,
expresando de ese modo que tal vez sería budista si las circunstancias se lo
hubiesen exigido. Ambos nos reímos a carcajadas.

Avalancha humana

Lo cierto es que aquella noche, sobre las 22:20 horas, al igual que
otras muchas del verano de 2005, se convirtió en una avalancha de personas, como
si la feria, que en estos días se celebra en el bonito Parque Hernández de la
ciudad autónoma española, se hubiese trasladado a los alrededores. Dos nutridos
grupos de inmigrantes de distintas nacionalidades (Nigeria, Ghana, Mali, Camerún
) emprendieron el asalto coordinado por sendos puntos de la valla de defensa de
12 kilómetros de largo que rodea a la ciudad. El primer grupo, el más pequeño,
por la zona sur, la del barrio chino, quizá se tratase de una maniobra de
distracción; el segundo, el más numeroso, de unos 300 inmigrantes, por el norte,
por el pinar que del lado marroquí se nomina de Marihouari, y de este otro de
Rostrogordo. En esta última parte, la dos vallas paralelas tienen aún la misma
altura, poco más de dos metros, mientras que en la mayor parte del trazado la
segunda alambrada se alza ya por encima de los seis metros de altura, lo que
dificulta las posibilidades de éxito de los inmigrantes.

Ese día, Ouma no llevaba reloj, como tampoco ninguno de sus
compañeros. En realidad, Ouma, como el resto, no ha tenido jamás un reloj de
pulsera, pero la voz de los muecines de las mezquitas en los pueblos que rodean
a Melilla era la señal prevista para el asalto. «Han llegado a usar -relata un
guardia civil- un cornetín para darse aviso del momento indicado». Como siempre,
los asaltantes iban pertrechados de decenas de escalas rudimentarias fabricadas
con troncos y cuyos peldaños, a falta de cuerdas u otro material, fijan a base
de paciencia y precisión con tiras de goma de neumático y jirones de tela. Ahora
hay incluso un cementerio de esas escalas ubicado al pie de una de las garitas
de vigilancia de la Guardia Civil.

El factor sorpresa es clave en tales casos, pero para ello se hace
imprescindible, cuanto menos, la indiferencia de los puestos de vigilancia de la
Mehaznía, cuerpo auxiliar del Ejército de Marruecos temido hasta extremos
insospechados por la población local por su brutalidad extrema y que, según han
podido constatar estos enviados especiales esta semana durante un recorrido por
la zona, cuenta con numerosos puestos de observación semiocultos en torno a la
valla melillense. «A veces, desde este lado de la valla, relata un guardia
civil, vemos los golpes que la Mehaznía reparte entre los subsaharianos. A mí me
dan un golpe así y te aseguro que no me puedo levantar, pero esa gente lo
aguanta casi todo. Son muy fuertes y lo demuestran cuando se enfrentan con
nosotros. Si saltan pocos no se atreven, pero cuando lo hacen en masa se ponen
agresivos y pelean duro. Los que han sido capaces de llegar hasta aquí es porque
resisten lo indecible y nos las vemos y deseamos para atajarlos, expuestos,
ellos y nosotros, a cualquier cosa».

Ouma, tendido ahora a las puertas del Centro de acogida Temporal de
Inmigrantes (CETI), ríe feliz al recordar lo sucedido aquella noche, pero guarda
un silencio impenetrable cuando se le pregunta por el fallecido que apareció al
día siguiente en el lado marroquí o por el número de asaltantes que lograron
pasar. Otros compañeros suyos escuchan la conversación y lo mejor, al parecer,
es callar, parece pensar Ouma.

Nadie da certeza de cuántos subsaharianos traspasaron esa noche la
verja, aunque se habla de unos 80 por el norte y quizá 10 más por el sur. De lo
que no hay duda es de que los focos instalados a lo largo del perímetro se
encendieron, las patrullas hicieron acto de presencia y las cámaras térmicas
grabaron el asalto y la refriega. El parte de batalla llegó al día siguiente:
una decena de miembros de la Benemérita heridos de diversa consideración,
anunció la Delegación del Gobierno. El del otro lado no se hizo esperar. Médicos
Sin Fronteras, que ofrece desde hace algunos meses asistencia a los
subsaharianos que llegan a la zona, dijo haber atendido en el hospital de Nador,
en Marruecos, a una veintena de ellos con heridas diversas, la mayoría fracturas
o contusiones en el intento de saltar la doble valla.

Horas después, en la tarde de ese lunes, José Palazón, miembro de
Prodein, asociación pro-derechos humanos que opera en Melilla, relató que un
grupo de inmigrantes depositó junto a la alambrada, pero del lado marroquí, el
cadáver de un inmigrante que participó en el asalto. El propio Palazón
distribuyó una foto, que en la mayoría de medios apareció firmada por Prodein,
en la que se aprecia a un subsahariano tumbado boca abajo, con la frente apoyada
en uno de sus antebrazos y rodeado por inmigrantes.

Discrepancias

No parece la posición normal de un cadáver, desde luego. Tampoco por
la postura de sus manos, pero Médicos Sin Fronteras (MSF) confirmó la existencia
de un muerto (imposible saber si era el de la foto o si ésta era apenas un
montaje), al cual lo trasladó al cercano hospital marroquí. Incluso apuntó la
posible existencia de otro más en la morgue de dicho centro sanitario, pues así
lo aseveró un presunto testigo, inmigrante, que les acompañó en el traslado, el
cual atribuyó la muerte de su compañero a los golpes que supuestamente le
propinó la Guardia Civil antes de devolverle la noche de autos a través de una
portezuela a territorio marroquí. En el informe remitido al Defensor del Pueblo
para que investigue los hechos, ese testigo es identificado por MSF como M.

La Gendarmería marroquí, sin embargo, se apresuró a exculpar
tajantemente a la Guardia Civil y los informes forenses, así como lo que se
conoce de la autopsia, cuestionan en lo esencial la versión que MSF recogió de
M., el presunto testigo presencial.

En Melilla (aún peor en Marruecos) es difícil, muy difícil, saber
toda la verdad sobre sucesos como éste, pero, en cambio, es fácil percibir que
casi todas las partes callan algo, empezando por los inmigrantes. Del análisis
del agravamiento de la situación, así como de la reciente aparición del tráfico
de pateras, fenómeno casi desconocido en Melilla hasta hace poco, el presidente
de la Ciudad Autónoma, Juan José Imbroda (PP), se pregunta «en qué cifra tasa el
PSOE su concepto de solidaridad, ¿a cuántos inmigrantes equivale? ¿Cuántas
mujeres embarazadas más tienen que llegar? ¿Cien más? ¿Cien mil?» Y añade: «Esto
es absurdo. La política de inmigración del PSOE se ha hecho a costa de generar
un efecto llamada evidente. Me alegro -ironiza- de que las relaciones con
Marruecos sean tan buenas, pero lo que tiene que hacer el Gobierno español es
exigir a Marruecos mayor colaboración para combatir a las mafias que traen a los
subsaharianos hasta esta frontera e investigar el grado de implicación o
participación de ciertas organizaciones que se hacen llamar ONG», en clara
referencia a Prodein, presidida por Palazón, que levanta toda clase de
suspicacias entre los periodistas y autoridades de Melilla.

Carlos Ugarte, coordinador de MSF en la zona, prefiere no especular
y defiende que la Guardia Civil realice la tarea que tiene encomendada de
vigilancia de la frontera, «siempre y cuando -dice- actúe con los medios y la
proporcionalidad exigibles para que no se produzcan males mayores no deseados
por nadie». El propio Ugarte confirmó a este periódico que, a raíz de estos
sucesos, la Gendarmería y la Mehaznía han venido llevando a cabo redadas de
subsaharianos en el Gurugú y sus alrededores para enviarlos a Oujda, en una
'zona de nadie' en la frontera con Argelia. «Nuestra misión -explica Ugarte- no
es investigar los hechos, sino hacer Medicina, pero pedimos que se aclare la
verdad de lo ocurrido».

Con móviles

Por su parte, un guardia civil relata que los asaltantes llegan muy
bien organizados: «A veces traen un teléfono móvil para cada grupo de una
nacionalidad. Saben los medios de los que disponemos a la perfección porque les
informan de ello algunas ONG. Lo hacen con buena intención, pero de ese modo no
contribuyen a atajar el problema». La cuestión, según fuentes de la Guardia
Civil, es que las batidas de la Mehaznía en la frontera se hacen apenas cuando
llega dinero fresco de la UE en forma de ayudas a Marruecos, y sólo durante un
corto período, o cuando los mandos superiores visitan la zona: «Da igual el
partido político que gobierne. Para Marruecos todo se reduce a si les llega
dinero de España y de Europa o si no les llega. No hay más», dice otro
patrullero de la Guardia Civil.

Pero la realidad en Melilla esta semana fue que al amanecer el
pasado viernes, otra vez guiados por la involuntaria señal del muecín, unos 50
subsaharianos se lanzaron a la carga, de los cuales 20 lograron su objetivo y
llegaron a territorio español. Cerca de un centenar de ellos duerme ya a la
intemperie a las puertas del CETI, creado en tiempos del Gobierno de Aznar y que
cuenta con unas instalaciones más que dignas pero actualmente desbordadas.

Allí se registra últimamente una actividad muy por encima de lo
normal, dado que a estas alturas el centro está saturado, con más de 700
inmigrantes, pese a que, según fuentes de la Guardia Civil, está previsto para
un máximo de 450. Por este motivo, se han instalado tiendas de campaña en los
espacios ajardinados del centro y ahora los que están dentro presionan y se
oponen a la llegada de nuevos inquilinos subsaharianos, porque empeoraría la
calidad de vida de los que ya están. «Esta gente, en cuanto se instalan y se
sienten seguros aquí, cuenta un guardia civil, comienza a montar sus propias
mafias, incluso prostíbulos propios. Algunos son muy chulos y desafiantes. Otros
no, pobre gente. Claro que nos dan pena casi siempre, ¿cómo no!, pero ¿qué
podemos hacer nosotros? Yo, si tengo algo para darles les doy a veces, pero
nuestra misión es impedirles que entren de forma ilegal».

Por su parte, el centro de menores se encuentra a punto de alcanzar
su máxima capacidad, ocupado sobre todo por niños marroquíes y argelinos, aunque
desde hace varias semanas cuenta ya con los tres primeros casos de
subsaharianos, procedentes de Camerún. Le hablo a Ouma de Kanouté, el delantero
maliano que ha fichado esta temporada el Sevilla F.C., y entonces recupera la
sonrisa y se interesa vivamente. Le pregunto en qué país europeo le gustaría
instalarse y le cito algunos nombres: España, Francia, Italia, Alemania Al
nombrarle cada uno de ellos, repite divertido: «Quand même!... Quand même», y
otra vez ríe a carcajada limpia.

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