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La playa de la desolación

Cargada en un remolque aparcado ante el puesto de vigilancia
de la Gendarmería Real de Marruecos en el viejo puerto de Tánger, una lancha
neumática de color negro, aparentemente en buen estado, reposa ajena a la
tragedia que protagonizó la madrugada del domingo al lunes.
La embarcación, una semirrígida Argo de ocho metros de eslora
propulsada por un motor Yamaha de 40 CV, es la que volcó a causa del oleaje nada
más salir de la playa de Azarara, en Sidi Kankuch, unos 16 kilómetros al este de
Tánger. Perecieron 12 de sus al menos 91 ocupantes, seis mujeres y seis bebés,
todos subsaharianos. No hay fecha todavía para darles sepultura, a la espera de
los resultados del difícil proceso de identificación y de las gestiones de los
consulados.
Los supervivientes, o al menos 79 de ellos --15 marroquís y
otros 64 subsaharianos, procedentes de Camerún, Senegal, Ghana y Costa de
Marfil, entre otros países--, fueron arrestados y se encontraban ayer en los
calabozos de la Gendarmería Real de Tánger. Más que probablemente, siguiendo el
procedimiento habitual, en cuestión de horas serán expulsados hacia Argelia por
la frontera de Ujda.
En cualquier caso, responsables de la Gendarmería no esconden
la gravedad de la situación. "Los estamos recibiendo de toda África. El problema
es el hambre, y eso no se puede resolver sólo con arrestos y expulsiones",
explicaron.

Peligroso acceso
Para llegar a la playa de Azarara (en árabe, "la de las
piedras amarillas") hay que dejar la sinuosa carretera de Tánger a Ceuta y
descender a pie aproximadamente un kilómetro y medio por un sendero empinado y
pedregoso, incómodo de día y es de suponer que peligrosísimo de noche y con un
niño en brazos. "No me explico cómo pudieron bajar hasta ahí", dice el jefe del
puesto de la Gendarmería del puerto.
Hasán, que vive en un chalet cercano a la playa, dice haber
visto a los grupos de inmigrantes en otras ocasiones: "Llevan la lancha
enrollada, y la hinchan una vez abajo. El motor lo bajan entre tres". Las
dificultades para acceder a la zona complicaron considerablemente la operación
de rescate, hasta el extremo de que los gendarmes tuvieron que recuperar la
embarcación a nado.
La calita, escarpada y rocosa, no debe tener más de 15 metros
de longitud. Pese a que el día es brumoso, se percibe a simple vista la costa
española, escasamente a 20 kilómetros en línea recta, tan cerca y tan lejos.
Hasán y su amigo Saíd, conmovidos, sólo aciertan a musitar: "Pobrecitos, pobre
gente".

Un patuco y un babero
Traídos por la marea, los restos del naufragio se secan al
sol. Esparcidos dolorosamente aquí y allá, una mochila portabebés, pañales, un
patuco, un babero, entre las piedras y montones de algas. También zapatos, ropa
de adultos, un chándal con el escudo del Barça, un documento de identidad
ghanés, un portafotos con la imagen de un hombre joven, con camisa blanca y
americana gris, y una fecha: 26 de noviembre del 2003. Desesperados testimonios,
día y medio después, de un nuevo capítulo de la larguísima, clamorosa e
insoportable tragedia del Estrecho.
Y es que esto no se acaba nunca. Ayer mismo llegó a las
Canarias otra embarcación con 19 personas a bordo, dos de ellas mujeres.

El Periódico
JOSEP SAURÍ
TÁNGER / ENVIADO ESPECIAL

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