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Una cala de Tánger: crónica de la tragedia que segó la vida de 12 personas

EL color turquesa del agua, el silencio sólo roto por el bamboleo de
las olas, el trinar de los pájaros, el cielo azul, calma y sosiego por
doquier... y la costa española, ahí enfrente, a tiro de piedra, a tiro de
patera. La diminuta cala de Ahzarara amanecía ayer con la resaca del drama tras
haber sido el escenario mudo de una nueva tragedia de la inmigración
clandestina. Una playita de apenas veinte metros de ancho en el pueblo de Sidi
Kankush que intenta recuperarse a golpe de marea del golpe sufrido en la
madrugada del lunes. Pero el oleaje no ha logrado todavía borrar todas las
huellas de un asesinato múltiple cometido por el destino. Seis mujeres y seis
niños dejaron su pellejo entre estas piedras mudas cuando la barca en la que
viajaban casi un centenar de personas zozobró. Doce subsaharianos que nunca
llegarán a su paraíso europeo ni serán expulsados de vuelta a su particular
infierno africano.

El periodista repite, a plena luz del día, los pasos que siguieron
todos los inmigrantes clandestinos guiados por la correspondiente mafia y el
brillo de la media luna. A diecisiete kilómetros de Tánger, hacia Ceuta, el
cauce de un torrente seco desciende a lo largo de unos mil metros hacia la
costa. Un terreno empinado y abrupto por el que parece imposible que se hayan
podido colar un centenar de almas -mucho menos una zodiac de ocho metros- sin el
visto bueno de los militares que controlan desde lo alto día y noche. Cuatro de
ellos están detenidos. Sus compañeros salieron ayer raudos de la garita ante la
llegada de los informadores al olor del desastre. «Papeles». Todo en regla.

Campo a través, en veinte minutos, se pasa del reino de los
saltamontes al reino de los cangrejos. La llegada a la cala se convierte en un
desagradable espectáculo que trae constantemente a la mente lo que debió ser el
naufragio. Seis mujeres. Seis niños. Todos muertos. Las pertenencias de los
náufragos aparecen esparcidas sobre las rocas, entre las algas, sobre la
arena... Said, un marroquí que sirve de guía, se acaricia los brazos. «Tengo los
pelos de punta». Bajos sus pies, el bochorno en forma de patucos de ganchillo,
un babero, restos de pañales y braguitas y hasta una mochila porta-bebés. Seis
niños. Muertos.

Restos del naufragio

El paseo por Ahzarara duele a la vista a pesar del impresionante
espectáculo que uno tiene ante sus ojos. La mirada desciende y pasa de ver el
sueño de Tarifa y el tráfico del Estrecho de Gibraltar a tener delante la más
cruda realidad. Camisetas aún mojadas, pantalones desgarrados, zapatillas de
deporte desparejadas, paquetes con dátiles enrollados en cinta adhesiva para
aliviar la travesía, envases brick preparados como cantimploras...

La lista no termina ahí. Hay papeles del consulado de Ghana en
Rabat. Fotos de carné de un joven subsahariano de camisa blanca y americana
oscura del 26 de noviembre de 2003. También hay restos de agendas con teléfonos
marroquíes y españoles. Pilas unidas a cables para recargar los teléfonos
móviles y poder llamar por el camino o al llegar... o no llamar nunca más.

A una veintena de kilómetros, en el puerto de Tánger, descansa la
embarcación semirrígida marca «Argo» de ocho metros de eslora en la que
intentaron la aventura. Confiscado en las dependencias de la Gendarmería yace el
motor «Yamaha» de cuarenta caballos que impulsó a 76 subsaharianos y 15
marroquíes a ninguna parte. Mientras, en la morgue del Hospital Mohamed V
aguardan su entierro sin prisa los cuerpos de las seis mujeres y los seis niños,
todos subsaharianos, muertos en la tragedia. Las identificaciones y los trámites
consulares retrasarán el funeral, que previsiblemente tendrá lugar en esta
ciudad del Estrecho de Gibraltar.

Un goteo, el de las pateras, que no cesa. Ya lo advirtieron ayer los
pasajeros de una de estas barquillas cuando llegaron a Gran Canaria, éstos sanos
y salvos, procedentes del Sahara Occidental: detrás vienen quince expediciones
más.

Diario SUR Digital

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